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Las cruces de mis amigos

abril 13, 2012 en Historia

A mediados de los años setenta conocimos personalmente al gran poeta canario Pedro García Cabrera (Vallehermoso, La Gomera 1905 – Santa Cruz de Tenerife, 1981). Desde aquella ocasión supimos de sus raíces realejeras, expresadas en su poema a nuestro municipio en el libro “Vuelta a la Isla”: “Y sé también que mi padre / dio aquí su primer vagido / y que aquí fueron calvario / las cruces de mis amigos”. Él se apresuró amablemente a señalar su complacencia por la visita de un “paisano”, y abundó en detalles: “Mi padre nació en Los Realejos. Mis abuelos paternos eran sevillanos y mi padre fue el primer hijo que les nació en Canarias. Ellos vinieron de Sevilla porque mi abuelo paterno estaba enfermo. Eran maestros. (…) No sé exactamente si fue en el Realejo Alto o el Bajo porque, como saben, al quemarse un convento que existía allí, se destruyeron también los archivos…”.

Posteriormente hemos accedido al Registro Civil de Los Realejos, y confirmado que, efectivamente, su padre, Pedro García Sánchez, nació en 1876 en el entonces Realejo Alto, nada menos que en la casa número quince de la calle La Alhóndiga. Y decimos que nada menos por la curiosa coincidencia de que en la misma dirección dio también su primer vagido o llanto de recién nacido quien esto escribe. Eso sí, para entonces la calle había cambiado de nombre varias veces: de La Alhóndiga pasó a Viera y Clavijo, luego a Calvo Sotelo, hasta la actualidad en que se denomina Avenida Tres de Mayo.

Grata satisfacción, pues, con esta noticia de los antepasados de aquel cantor de nuestro pueblo quien dejó escritos su versos inspirados con su duda permanente: “No sé si es uno o son dos,/ no sé si es pueblo o castillo, / pero todo guarda un orden / y encuentran siempre su sitio / muros, barrancos, estatuas / y el ocho de los caminos / que desde el mar a la cumbre / se va ciñendo a sí mismo.” Un poema romanceado en el que celebra a nuestras bordadoras y a nuestros fogueteros con el hermoso piropo que tanto hemos nombrado: “Bordan ellas la ternura, / bordan ellos el peligro”.

Para la presente ocasión hemos querido incidir en la oscura circunstancia de nuestra historia local cuando, como apunta el poeta del mar y de la libertad, fueron calvario las cruces de sus amigos. Se alude a los años de la intolerancia, del revanchismo y de la prepotencia. Los años en que las tranquilas ciudades y los pueblos de España se olvidaron de sus encantos e incubaron los odios y las rencillas.

La cosa principia en el período de los primeros años 30 del pasado siglo cuando se proclama la Segunda República en España, y se señala a la Iglesia como una de las instituciones causantes de todos los males que padece el país en el orden social y cultural. Por tanto, sus símbolos han de ser combatidos con firmeza. Concretamente en ambos Realejos, el signo de la Cruz, presente en las fachadas de muchas casas, en los caminos, en las cumbres, en los barrancos, en la costa… El símbolo es arrancado, destruido, desaparecido, burlado. Muchos se afanarán en ocultarlo a la vista de los desaprensivos, de los que justifican su rabia por los problemas cotidianos combatiendo las sencillas manifestaciones de una fe de siglos, la fe en la Cruz, madero santo, anunciador de cristiana resignación y mansedumbre, pero también de vivencia comprometida, como indican su brazo vertical –amor a Dios, sobre todos las cosas–, y su brazo horizontal, amor al prójimo concreto, a las personas con quienes compartimos la existencia. El símbolo de la Cruz, más allá de la muerte, anuncia la plenitud de la vida, y sus dos brazos figuran íntimamente entrelazados, de forma que no puedan coexistir el uno sin el otro.

Las reflexiones precedentes no siempre fueron compartidas por toda la ciudadanía realejera, por concretarnos en nuestro entorno. La Cruz fue instrumento de división entre las gentes. También cuando luego, en otras circunstancias políticas, se enarboló para limpiar los desagravios precedentes. Fue a finales de los mentados años treinta, cuando la prometedora República dio paso al triunfo de otros ideales, con sus extremismos, con sus intolerancias, con sus ajustes de cuentas. Son los “calvarios” a los que alude el poeta del mar y de la libertad, Pedro García Cabrera, al evocar la tierra natal de su padre y los lamentables incidentes en que la autoridad constituida obliga a rapar las cabezas de los condenados por enemigos de la patria y exponerlos a la vergüenza general, en público escarmiento, y se les hace reponer las cruces en sus lugares de procedencia. El “orden” parece quedar restituido, y todo vuelve a su sitio.

El afán de nuestro comentario festivo pretende una visión completa de nuestro pasado, desde una distancia temporal que nos permita serenidad para valorar lo que ha sido y lo que es nuestra historia. Y, si acaso, un humilde llamamiento a nuestro interior para que jamás vuelvan a repetirse los tristes episodios evocados. Que la Cruz, símbolo de la cristiandad, luzca hermosa y dignificada por las flores y los fuegos de artificio, como es tradición en nuestra queridísima Calle El Sol, la calle que mira al Naciente, al astro que a todos ilumina, sin distinción; la calle que ha ensanchado y alargado sus brazos de Cruz en su notoria expansión hacia los tramos adyacentes de El Llano, El Cantillo, Reyes Católicos, Doctor Antonio González y Avenida Santiago Apóstol; la antigua calle de La Lagaña, de la primeras del antiguo del Realejo de Arriba, nacida a la sombra de la iglesia por donde empezó a crecer este pueblo de tanta historia.

El nombrado poeta Pedro García Cabrera compuso su libro “Vuelta a la Isla” en 1968, compartiendo las vivencias de cada pueblo cantado, de cada uno de los pueblos de Tenerife donde acudía por alguna circunstancia. Y de nuestros Realejos esbozó la imagen llamativa de sus fiestas centenarias de mayo, las fiestas de Cruz cuando las noches se tornan mirlos con trinos de fuego, manos de pólvora el hombre, y nuestras bordadoras trabajan en bastidores de fuentes, dedos de mujer los hilos… Imaginamos al autor de los versos contemplando la noche iluminada por sus cielos encendidos, aspirando el perfume de los arreglos florales, y evocando la memoria de su padre, maestro de instrucción primaria, y a sus amigos atribulados en épocas de incomprensión, que todos deseamos definitivamente erradicadas. Nuevas épocas para pasear confiados entre la gente. Tiempos para desear cordialmente, como el poeta grande y profundo, que sigan bordando ellas, con puntadas y suspiros en su silencio artesano, manteles de libertad en alto como los nidos, y los valientes fogueteros traduciendo la oscuridad y desgranando las espigas de los cohetes de silbo y el rostro de las cascadas, copiados mil veces en la noche realejera, verónica de la altura.

Desde la realejera Calle El Sol, de tanta historia que aguarda ser ampliamente divulgada, queremos seguir notando ese temblor en la sangre cuando mayo pone los corazones en vilo. Queremos que cada flor, cada mortero, cada traca, cada céntimo de euro y cada plegaria simbolice la tolerancia y la sana convivencia. Queremos seguir evocando a nuestros antepasados y a la historia, para aprender de ellos, no reincidir en los lamentables errores, y continuar navegando por mares de paz y de tolerancia, por cielos encendidos de prosperidad. ¡Felices Fiestas, vecinos y visitantes!


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